Desde una esquina del tiempo llega el rumor de sus voces. Mucho de lo que susurran a mi oído nunca será conocido. Pero algunas palabras verán la luz del papel, y serán.



miércoles, 8 de junio de 2016

Incendio (Reposición)


            Con ambas manos, me tomé fuertemente de la soga. Ésta, había aparecido providencialmente frente a mis ojos, y no dudé un instante. Tal vez fuera la única oportunidad de sobrevivir.

            El fuego hizo estallar los vidrios de la ventana que estaba tras de mí, en el mismo momento en que mis pies se separaban del balcón, y mi cuerpo quedaba suspendido en el vacío, sostenido por la soga.

            Miré hacia abajo. Las llamas y el humo ocupaban todo el espacio entre los dos edificios. No tenía opción. Comencé a trepar, usando toda la fuerza de mis brazos, y ayudándome con mis piernas, torneadas en la soga.

            Es cierto que en una situación límite uno saca fuerzas de dónde sea, pero la verdad es que ya estaba muy agotado. Había subido dieciséis pisos por las escaleras, huyendo del fuego, y tuve que romper a puñetazos la puerta del apartamento por cuya ventana pude, después, escapar.

            La tensión era extrema, a la vez que veía el fuego avanzar más rápido que yo, hacia lo alto del edificio.

            La soga, surgida desde la nada, era quizá el hilo que me ataba a la vida. Estaba separada de la pared, de modo que no me alcanzaban directamente las llamas, pero también se me hacía muy difícil acercarme a un lugar donde poder hacer pie. Estaba jugado a la resistencia de mis brazos y aún así, no sabía si, al llegar a la cumbre, tendría alguna salida.

            Traté de pensar sólo en la soga, y avanzar palmo a palmo hacia el destino incierto del último piso.

            De pronto, la soga se desprendió de donde fuera que había estado sujeta, y comencé a caer vertiginosamente. Mis ojos, desorbitados, vieron que había faltado muy poco para llegar a la azotea.

            Al mismo tiempo, una cantidad enorme de agua cayó sobre el edificio, aplacando la voracidad de las llamas.

            Pero yo seguía cayendo, y sólo tuve tiempo para escuchar aquella voz, como de trueno,  y ver a la mujer, gigantesca, que con un balde en la mano, recriminaba al niño, gritando:

            — ¡Otra vez jugando con fuego! ¡Y mira cómo has arruinado tus muñecos!
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1 comentario:

  1. Hacia tiempo que no leía un relato muy a nuestro estilo.
    Fue reconfortante hacerlo querido amigo.
    Un abrazo.

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