Desde una esquina del tiempo llega el rumor de sus voces. Mucho de lo que susurran a mi oído nunca será conocido. Pero algunas palabras verán la luz del papel, y serán.



martes, 26 de noviembre de 2013

¡Excelente noticia!

Enlace a la publicación

Acaba de ver la luz esta magnífica recopilación de micros e imágenes, realizada por Luisa Hurtado González, en cuyo blog Microrrelatos al por mayor fueron apareciendo lunes tras lunes, en los llamados "Lunes ecologistas". Tengo el honor de formar parte de esta iniciativa, y de compartir esta publicación con tantas y tantos artistas de la palabra, el dibujo y la fotografía.
Mi texto "Bioscuridad", junto a la excelente ilustración de Petra Acero, puede encontrarse en la página 95.

jueves, 5 de septiembre de 2013

Cábala


         La pelota está colocada en el punto penal. Siento que toda la adrenalina del mundo corre por mis venas. El arquero camina lentamente hacia el arco, llega al centro, y se da vuelta muy despacio, en una guerra de nervios. Se agazapa y mira fijamente el balón, como si quisiera detenerlo con la mirada.
         
         En las tribunas se ha hecho un silencio espeso, palpable. Parece que todos han dejado de respirar, y que el tiempo también se ha quedado en suspenso. No es para menos, el momento es decisivo: si el disparo termina en gol, mi equipo logrará el campeonato. Pero si sale desviado, o el arquero lo ataja, será nuestro eterno rival el que salga campeón. ¡No quiero ni pensarlo! He implorado a todos los santos habidos y por haber y, temerariamente, me he colocado la camiseta número trece. ¡Sí! ¡La trece! Contra la opinión de todos, yo no creo que la mala suerte pueda provenir de una cifra.

            Así que aquí estoy, preparado para la gran definición. Pero… ¿Qué pasa? ¡No puede ser! Siento un dolor muy fuerte en el pie derecho. ¡Es un calambre! ¡No, no, no, ahora no, por favor! ¡El árbitro se lleva el silbato a la boca, ya va a dar la orden!

            El dolor se torna insoportable, y ya no puedo mantenerme en pie. Todo gira a mi alrededor, y siento que caigo en cámara lenta. Todo se vuelve borroso: la pelota, el arco, la gente…


            Unos brazos me sostienen,  impiden que me golpee contra el suelo. El sombrero de colores me cubre los ojos. Alguien me quita la cerveza de las manos, mientras desde el televisor se escucha el grito de gol… ¡Somos campeones!

viernes, 12 de julio de 2013

Mucha merde


   Tengo los ojos cerrados, y mi espíritu se eleva, junto a cada nota que, con virtuosismo, arranco al instrumento. Mi ejecución es perfecta, lo sé muy bien. Me lo confirma el respetuoso silencio del público que, como cada noche, colma las instalaciones del teatro. No los veo, pero intuyo sus rostros tensos, expectantes, con los ojos iluminados por la emoción, ante mi magistral interpretación.

   Así continúo durante una hora y media, deleitándolos y deleitándome. Gozo profundamente con mi música, y logro trasmitir este sentimiento a mis admiradores.

   Aun con los ojos cerrados, ataco el momento culminante de la obra, donde debo poner toda mi energía, para lograr un final apoteósico, inolvidable.

   Cuando la resonancia de la última nota aún flota en el aire, comienza a elevarse desde las butacas una estremecedora ola de aplausos. El piso tiembla bajo la algarabía de esta gente que me vitorea de pie: ¡Viva! ¡Viva el eximio concertista!

   Estoy como fusionado a la silla. No puedo ponerme de pie, las piernas me tiemblan demasiado. Doblo mi cuerpo, hasta casi tocarme las rodillas con la frente, a modo de reverencia. Se redoblan los aplausos. No abro mis ojos. Quiero seguir paladeando el éxtasis de este instante de gloria. Decido esperar a que el telón me oculte, y la sala se vaya quedando vacía.

   Cuando todo el aire parece llenarse de silencio, sé que la magia ha terminado.

   Enderezo mi cuerpo, lentamente, y abro los párpados con desgano. Cada vez me cuesta más descender a la realidad y retornar a la rutina. Miro el blanco reloj, que cuelga de la pared blanca. Ya es la hora.

   Se abrirá la puerta, y entrará ella. Puntual, eficiente, segura de sí misma, hablándome con ternura mientras me prepara la cama. Luego, pacientemente, me hará tomar, uno a uno, los seis medicamentos correspondientes a la noche.

   Y así, en brazos del sueño, acabará otro día de mi miserable vida en este hospital siquiátrico.
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jueves, 6 de junio de 2013

Crecer y soñar

La pequeña píldora se disolvió en su boca, llenando sus papilas gustativas con un sinfín de sabores que, a modo de destellos, fueron asociándose a las imágenes que guardaba en su cerebro. Así, se representaron en su mente, una a una, las diferentes comidas que había degustado a lo largo de su vida: la carne asada, jugosa y humeante; los vermicelli, cargados de salsa; los estofados, llenos de calorías, para los días fríos; las apetitosas ensaladas, propias del verano...

Cada día, a las horas fijadas para el almuerzo y la cena, disponía de tres minutos para optar por uno de aquellos platos. Un sensor telepático daría una señal al Centro Nutricional, y éste le proporcionaría, activando un mecanismo incluido en la píldora, las sensaciones y los nutrientes que correspondieran a la comida seleccionada.

Siempre utilizaba los tres minutos, aún a riesgo de quedarse sin alimento pues, pasado ese tiempo, se interpretaba que había decidido no comer. Le gustaba deleitarse con el menú, que le llenaba los sentidos, y como cada día era una secuencia distinta, le resultaba una experiencia renovada. Lo hacía como un “divertimento”, de los pocos que podía permitirse en la vida monótona de la Estación Espacial. Había llegado hacía nueve meses, y la distancia que lo separaba de la Tierra, era también la que lo alejaba de sus problemas, y del caos en que se había convertido su existencia.

Hizo un gesto de contrariedad. No quería recaer en esos pensamientos negativos. Estaba disfrutando de su almuerzo, y éste era un día muy especial: su cumpleaños, según le había recordado la bitácora, al inicio de la jornada.

Había escogido un plato de pasta rellena, tal como lo preparaba su abuela, cuando él todavía era un niño que soñaba con viajar a las estrellas. Cerró los ojos y saboreó cada una de las sensaciones, que le llegaban a través de aquellas complicadas conexiones. Se sintió saciado y, automáticamente, la máquina le presentó una lista de sus postres favoritos. No tuvo dudas. Su predilección por la torta de chocolate le acompañaría hasta el día de su muerte. El almuerzo culminaba con un té o un café, y luego el sistema se desconectaba, para que él volviera a sus tareas rutinarias.

Esperó un par de minutos, y no se produjo la desconexión. Estaba tan acostumbrado al proceso, que notó enseguida que algo había cambiado. En ese momento surgió, metálica e impersonal, una voz, desde la computadora:

— El Centro Nutricional le desea muchas felicidades en este día. Tenemos un obsequio para usted, que podrá escoger entre una serie que le presentaremos. Por favor, presione la tecla “numeral”, seguida de su número de identificación.

Así lo hizo y, desde el compartimiento de las píldoras nutricionales, emergió una pequeña bandeja, donde aparecía una media docena de... ¡bombones!

Quedó perplejo. Hacía mucho tiempo que no veía aquellos dulces, envueltos en su brillante papel.

De nuevo, se escuchó la voz:
— Cada artículo de la lista posee propiedades especiales, que se activan al comerlo. Sólo podrá escoger uno de ellos. En la pantalla podrá ver la descripción.

Observó el monitor, donde aparecía la lista con los detalles:

Objeto 1: Treinta minutos con su humorista favorito.
Objeto 2: Un paseo por las montañas. País a elegir.
Objeto 3: Un rato de pesca en una apacible laguna.
Objeto 4: Un breve retorno a la niñez. Puede escoger la edad.
Objeto 5: Media hora en un set de filmación, como protagonista.
Objeto 6: Una experiencia submarina.

— Como siempre, dispone de tres minutos para escoger. Tenga en cuenta que las sensaciones serán cien por ciento reales, así que... ¡cuidado con los golpes!

De verdad era un día especial... ¡la máquina, haciendo chistes! Pero no perdió el tiempo sonriendo. Sus ojos se habían quedado clavados en el cuarto bombón. Si era verdad lo que prometía, podría ser su mejor regalo en mucho tiempo.

No dejó correr los tres minutos. Su cerebro hizo la opción, pero luego se dio cuenta que debía estirar la mano y tomar la golosina, gesto que casi había olvidado.

Escuchó con deleite el crujir del papel, y lo sintió entre sus dedos, desenvolviéndose. Luego, el éxtasis, al percibir la textura y el sabor del chocolate, en su paladar.

Una luz, muy blanca, lo iluminó de pronto, encegueciéndolo. Cuando pudo adaptar sus ojos a la intensa claridad, se encontró en un lugar muy diferente al habitáculo que lo había contenido durante los últimos meses. Era una calle de tierra, con amplias veredas, pobladas de árboles. Las casas eran bajas y rodeadas de jardines. El sol se derramaba, cálido, sobre todas las cosas, y se escuchaba el canto de los pájaros.

Caminó, torpemente. Aquello era tan real... Eran los sitios por donde correteaba a los diez años. Allí estaba el añoso árbol que había trepado tantas veces, para imaginar sus aventuras intergalácticas. Y en la esquina, el almacén de don Policarpo, aquel italiano que ponía cara de hosco, pero que tenía un corazón enorme, lleno de amor por los niños. Se había prestado a sus fantasías, y había aprovisionado sus naves, desde los anaqueles poblados de golosinas.

Sus pasos lo dirigieron hacia un pequeño portón de hierro y, tras cruzarlo, caminó por el costado de la casa, hacia los fondos. Un pequeño perro saltaba, alegre, a su alrededor, y se escuchaba el cacareo de las gallinas. ¡Era una aventura salir a recoger los huevos! ¡Los ponían en cualquier parte!

Llegó a la puerta trasera, la que daba a la cocina. El aroma que salía de allí era incomparable. ¿Cómo había podido sustituirlo por la ilusión de las píldoras sintéticas? Se acercó a la mesada, donde su madre trajinaba, y ella se inclinó, para darle un beso en la frente.

— ¡Estaba por llamarte! Ve a lavarte las manos para almorzar, que se hace tarde para ir a la escuela. Mañana seguirás viajando a quién sabe qué mundos. ¡Ah, niño, niño! ¡Cuánta imaginación!


Y volvió a besarlo, en su carita sucia de chocolate, feliz de verlo crecer, jugar, soñar...
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(Este relato obtuvo el segundo puesto en el mes de Mayo, en el Foro literario "El Tintero")

domingo, 19 de mayo de 2013

Clímax



El río se enciende
y brotan llamas
de las aguas
antes calmas.
Como si el sol
se disolviera en ellas,
con una efervescencia
de antiácido.
Un vaho caliente se derrama
en las orillas,
y las rocas se licúan,
en lava espesa
y ardiente.
La cálida brisa
no hace más
que avivar el fuego.
Los árboles tiemblan
sobre la tierra
quemante,
y sus vibraciones
estremecen
el aire.
Los pájaros
no huyen,
sino que aúnan sus trinos
en una sinfonía
impresionante,
en un intento
de conjurar
esa terrible ola
que amenaza
abrasarlos.
Las nubes danzan
y todo el paisaje
gira
y gira,
en un sicodélico
espiral
de sensaciones
que preludian
la explosión.
Y luego,
tu respiración
entrecortada,
la piel estremecida,
y el abrazo
húmedo
entre las sábanas
revueltas.
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jueves, 2 de mayo de 2013

Poesía con premio


Oscuridad

La tristeza, como siempre,
vino enredada en los flecos de la lluvia.
El enorme manto gris
se salpicó de barro, negro y frío,
y el alma, por sus grietas,
dejó entrar el agua helada,
para confundir al dolor
y disolverlo en lágrimas.
La noche se tragó de golpe
la tarde y la mañana.
Y las sombras dejan
una amarga resaca
en la garganta.
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Comparto este poema, 
que ha resultado ganador
 en el concurso del Mes de Abril 
de la página literaria/foro  El Tintero


El texto ganador se elige por votación de todos los participantes,
con obligación de hacer un comentario extenso y que aporte algo importante para el autor.
Hago aquí mi público agradecimiento.



domingo, 28 de abril de 2013

El amigo


Entraste como una tromba al restaurante, mirando a todos lados, buscándolo. Tal vez aún estuviera allí. Pasaban ya las tres de la tarde, y las mesas ocupadas eran pocas. No estaba en ninguna de ellas, pero la sensación de su presencia no te abandonaba, por lo que decidiste sentarte y esperar. Podía estar en los lavabos, o en las cabinas telefónicas, que desde allí no se divisaban.
Pasados diez minutos, el mozo ya se había acercado dos veces a preguntarte si deseabas algo. El hombre te miraba con simpatía y extrañeza, y no insistió demasiado, cosa que agradeciste. Cuando pensabas en una excusa creíble para retirarte sin consumir nada, tus ojos se posaron en una mesa, cerca de los ventanales que daban a la calle. Todavía no habían retirado el pocillo vacío, y bajo el platillo se veía un papel, cuidadosamente doblado.
Desde la mesa contigua solicitaron al mozo que trajera la cuenta, circunstancia que aprovechaste para escurrirte hacia aquel lugar, que te atraía como un imán. Disimuladamente, pusiste el papel en el bolsillo y, ahora sí, seguro de que él se había retirado, llamaste al mozo para pedirle un café. Te miró un momento, y pareció que iba a decirte algo, pero luego se encogió de hombros y marchó a traer tu pedido. Claro —pensaste—, le habría llamado la atención tu actitud, desde que llegaste, pero debía estar acostumbrado a las rarezas de los clientes, así que asunto olvidado.
Pero tú no podías olvidarlo: esa extraña sensación de que el hombre a quien venías siguiendo los pasos te comunicaría algo trascendente. Sacaste tu libreta de apuntes, y mezclaste el papel entre sus hojas, para poder abrirlo y leerlo con tranquilidad. Tus ojos, urgidos por la ansiedad, recorrieron los trazos nerviosos del mensaje:
“Yo lo hice. Y sé que no podré vivir con esto. Usted debe ayudarme”.
El texto resonó en tu mente, como un angustioso grito de auxilio. Se notaba la carga emotiva, y el peso de la conciencia sobre la mano que escribió aquellas líneas. Pero, rápidamente, ordenaste tus pensamientos, anteponiendo la realidad a las emociones: tu tarea, como policía, era perseguirlo y detenerlo. Él debía enfrentar las consecuencias de sus acciones. Estabas investigando un asesinato, y a juzgar por lo que decía la nota, el hombre se declaraba culpable. Tu trabajo era atraparlo, y hasta allí llegaba tu responsabilidad. El problema era que, misteriosamente, él te había involucrado en el caso, desde antes de cometer el crimen. Te había enviado señales difusas, que te fueron dirigiendo, sin darte cuenta, hacia la víctima.
La víctima… Un término técnico, que no puede expresar lo que ella significaba para ti: la mujer más hermosa que hubieras visto nunca, dueña de la personalidad más subyugante que hubieras podido conocer. Y —lo supiste más tarde— dueña del corazón más frío y calculador que alguien pudiera albergar en su pecho. Fueron dos meses de pasión arrebatadora, y luego, en cuestión de horas, tu amor se transformó en el odio más profundo que alguien pudiera sentir. El dolor fue lacerante. Por momentos, creíste que nunca lograrías superarlo. Entonces, el misterioso personaje ocupó toda la escena. O por lo menos, eso te pareció, por la situación en la que te encontrabas. Sus mensajes llegaron casi a diario, adoptando una actitud de contención hacia tu persona, que logró evitar que enloquecieras. Eso, y sumergirte de lleno en el trabajo. Tomaste los turnos dobles y las tareas más arriesgadas, para apartar de tu mente su rostro, sus besos, su traición… Hasta el día —fatídico, según resultó después— en que recibiste un lacónico mensaje del desconocido:
“Ya puede estar tranquilo. Yo me ocuparé de todo.”
No comprendiste a cabalidad el significado de aquel mensaje hasta la noche siguiente, cuando encontraron el cadáver de ella, en su propia casa, con un disparo en el pecho, a la altura de su helado corazón.
En el Departamento no conocían tu relación con ella, así que te enviaron a ocuparte del caso. Tuviste que verla así, rota, desmadejada, con el bellísimo rostro desfigurado por una mueca de horror.
Sentiste que caías en un pozo muy oscuro, donde te asaltaban horribles pesadillas. ¿Qué mente macabra había tramado todo esto? ¿Quién era el misterioso personaje? ¿Aquello era “ocuparse de todo”? Tú no deseabas aquella muerte, tu odio no llegaba a tanto. Además, ya casi lo estabas superando. ¿Por qué ese hombre se había tomado tal atribución?
Los recuerdos, tan recientes, giraban a ritmo de vértigo en tu mente, y el café ya estaba frío, por lo que pagaste, y saliste corriendo a la calle. Necesitabas el aire fresco, no podías aturdirte ahora, que tenías a tu presa tan cerca. En esos meses, a través de los mensajes, habías aprendido a conocer a tu misterioso “amigo”, y casi podías prever sus próximos movimientos. Aunque algo había fallado la noche del asesinato: hubo una desconexión que te desorientó, y luego fue muy tarde. Pero ahora todo estaba muy claro.
Caminaste unas cuantas cuadras, para tranquilizarte. Además, el lugar adonde te dirigías no quedaba lejos. Al llegar, subiste por las escaleras hasta el tercer piso. Te detuviste frente a una puerta y retiraste los precintos que tú mismo habías hecho colocar, para proteger la escena del crimen. Cruzaste el recibidor, y pasaste a la sala, iluminada por el sol, a través de las cortinas. En el piso, la silueta dibujada amenazaba con traerte otra vez una vorágine de recuerdos.
De nuevo apartaste de un manotazo las emociones. Necesitabas toda tu lucidez. Te sentaste en el sillón, de frente a la puerta. Todo terminaría pronto. Sabías que él vendría, y no podría escapar. Sacaste tu arma, y revisaste rutinariamente el tambor. Te quedaban cinco balas. Más que suficientes. Con ella sólo necesitaste una.
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martes, 26 de marzo de 2013

Distracción



Mecida sobre el rosáceo atardecer, la Luna otea la cabecera del puente ferroviario. Hay una sombra de tragedia en su redonda cara, y su entrecejo fruncido llena de estupor los telescopios. De pronto, gira apenas sobre su inexistente cuello, para contemplar los patos silvestres que, en bandada, rumbean a su cálido destino. Esa breve distracción es suficiente para que la nochecita se transforme, y la platinada faz se distienda en una media sonrisa. El eucalipto suspira, aliviado, pero no mueve ni una hoja. No sea cosa que se alboroten los pájaros, que ya deben estar dormidos.
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domingo, 24 de marzo de 2013

Gestación




            El titilar del cursor amenaza convertirse en una visión insoportable. Su sonido, inexistente, comienza a crecer en el centro de mi cabeza, como un martillo que, golpe a golpe, va hundiendo un clavo, que penetra hasta el tuétano de mi voluntad.
            Ese pequeño punto arriba, a la izquierda de la pantalla en blanco, se me aparece como el ojo de un remolino, por donde se fueron todas las palabras.
            El cursor sigue machacando, y el dolor llega hasta los dedos, que languidecen sobre el teclado. Las letras, otrora cómplices de incontables aventuras, han tornado signos incomprensibles, revoltijo de trazos desconocidos.
            El caos, ensombrecido, sube brazos arriba y acongoja al corazón, que no puede reprimir una lágrima. La angustiosa perla rueda mejillas abajo, y cae blandamente sobre la hoja en blanco. Mis ojos, enrojecidos por la estéril vigilia, reparan en la brevísima mancha que se ha dibujado en el papel. Entonces, el ensordecedor tableteo del cursor se detiene bruscamente, y mi mirada, atónita, asiste al nacimiento de las primeras letras:

Llanto que has venido
en auxilio de mi alma
que, desorientada,
imploraba el milagro
de ver destruidos
los muros horrendos
donde, prisionera,
mi musa clamaba.
Llanto que haces fértil
mi imaginación,
donde fluyen de nuevo,
en versos, mis palabras.
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martes, 12 de marzo de 2013

Vida




          La humeante taza de café, como otras veces, le ha servido de excusa para dejarse llevar por los recuerdos. Con los ojos entrecerrados, se reclina un poco en el sillón. La madera de haya cruje levemente. Los mullidos almohadones, forrados de piel natural, amortiguan su peso. Imágenes de diferentes momentos de su vida comienzan a desfilar, en una lenta secuencia, como si el inmenso televisor de plasma de cincuenta pulgadas, que domina la sala, se hubiera puesto de pronto a trasmitir su biografía.

          Se ve más joven, en las aulas de la Universidad, audaz y pujante, con la mirada llena de sueños por cumplir. Imposible olvidar el día de su graduación: el ingeniero más joven de su generación, con las máximas calificaciones. Los éxitos, que comienzan a sucederse en progresión geométrica, la fama, el reconocimiento… Y ella. Ella, que llena todos los espacios que quedaban vacíos, y redondea la perfección de su vida.

          La boda. Los viajes. Los hijos. ¡Ah, los hijos! ¡Cómo transformaron su vida! La alegría inundaba los rincones de la casa. Y todo coronado por la sonrisa, plena de felicidad, de la mujer amada.

          Un suave tintineo lo saca de su abstracción. Se incorpora, sin sobresalto. Ya está acostumbrado. Un transeúnte que, al pasar, ha dejado caer una moneda en el sucio cuenco de lata.

          Se arrebuja un poco más bajo las hojas de periódico que lo cubren –apenas- del intenso frío.
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sábado, 9 de marzo de 2013

Un blog amigo (VI)




Nuevamente Luisa ha sido generosamente receptora de uno de mis textos, 
acerca de una fotografía de 
José Luis Rafael, 
publicada en el blog 


Pueden leer el texto y ver la foto en el siguiente enlace

domingo, 3 de marzo de 2013

lunes, 4 de febrero de 2013

Un blog amigo (IV)



Quiero compartir con todos ustedes el excelente trabajo realizado por Javier Merchante y sus amigos de "La Taberna del Callao", grabando en audio uno de mis textos.
Aquí les dejo el enlace:


El texto del relato ya estaba publicado en este blog, pueden recordarlo en el siguiente enlace:


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martes, 29 de enero de 2013

In extremis

"El grito" Edvard Munch

In extremis


Contemplo
en el horizonte,
la herida
abierta,
sangrante,
mortal.
La rojiza llamarada,
oprimida
entre el cielo y la tierra,
lanza un gemido
estremecedor,
doloroso,
inefable,
que sólo a mí
me aturde,
me embriaga,
me angustia.
El muro de mis manos
no alcanza
para evitar que
mis ojos,
mis oídos
y mi alma
se saturen
dolorosamente
de morados,
ocres
y naranjas.
Un agónico estertor
escapa
del enorme vientre azul,
que  admiré,
sorbí,
gocé,
cuando nacía,
celeste.
La última punzada
la dan los mástiles
erectos,
filosos,
vacíos
de las velas, arriadas,
en el barco.
La madera carcomida
del mirador
se sobrecoge,
bajo el peso inexplicable
de mi tristeza,
ante la muerte
espléndida,
luminosa,
fascinante,
de este día,
que acontece allí,
donde la noche se ha tragado
todos los brillos
del lago.
Y me duele la mirada
indiferente,
apática,
lejana,
de los paseantes.


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